¿Se puede sufrir y disfrutar al mismo tiempo sobre la bici? …El viernes venía un amigo de Naturaul. Éste le había preparado una rutita para disfrutar: helipuerto-La
Cabra. Y su amigo lo iba a “flipar”, y vaya que si lo flipó. Yo le sugerí lo de la furgoneta, por si acaso. A Barna le había dado resultado. Pero su amigo estaba en forma y no le iba a hacer
falta. Normalmente hacía descenso y esto era igual, pero al revés. Nosotros habíamos pensado que para descender había que ascender primero. Y vaya que si ascendimos.
La mañana estaba fresquita, lo que provocó que la mayoría se apelotonara en la cera soleada de enfrente. Éramos unos quince. Nombrar a todos me resulta casi imposible. Me olvidaría de alguno o le
confundiría el nombre a otro. Allí se encontraba Naturl Raul con su amigo Santi, preparado para disfrutar y, porqué no, también para sufrir. Junto a éste y dispuesto a acompañarle en la captura
de la gran pájara, José Ángel, el cincuenta por ciento de los hermanos Coelex. Pabli venía con su cuñao. Éste, a falta de furgoneta –porque está claro que a Pabli no le hace falta-, traía su
bicicleta. Jose “El Maestro”, sin su cuñao. Sin embargo, sí venía con cuñao Mario: el incombustible Paco San Fran. El trío carabera siempre: JuanCa, JaviTikodoko y Barna Caballitos. En fín, así
hasta quince.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, íbamos a hacer la ruta propuesta. Camino del ocho y con ligero viento de costado, íbamos calentando. Es inevitable que en esta primeras rampas el grupo
se estire. Pabli, Mario, Javi Tikodoco y Luis Portu abrieron camino, el que suscribe atrás haciendo fotos y en el medio cada uno a su ritmo. “Paz y amor”, gritaba Paco cuando se cruzaba con mi
cámara.
No fue hasta la cuesta de los eucaliptos el momento en que nos agrupamos. Desde allí señalé a Santi un diminuto punto en el horizonte hacia donde nos dirigíamos: la caseta del Puerto de la Cabra.
Le pareció un poco lejos. Creo que ya iba tomando conciencia del “paseito” que su amigo le había organizado.
Con cierto ritmo y con las nubes acechando, llegamos hasta la carretera, para cruzarla e iniciar el ascenso al helipuerto, momento en el que Barna, Paco y yo aprovechamos para soltar lastre
expulsando líquidos. Como los demás tiraban para adelante, un poco en broma y un poco en serio, decidimos recortar camino subiendo por el cortafuegos que sale perpendicular a la carretera. La
“cabra del Tibidabo” era el más empeñado en seguir ese inusual trayecto. Y la otra “cabra” no iba a ser menos. Y yo, que de cabra no tengo ni la perilla, me vi obligado a seguirles.
La rampa ni era tan corta, ni tan empinada como pudiera parecer. Se trataba más de equilibrio que de fuerza. Y yo, que de lo primero ando corto, no tardé en poner pie al suelo tras haber
recorrido unos veinticinco metros. Paco venía detrás tratando de mantener el tipo. Y Barna, soñando quizás que al final de la subida le estaba esperando un buen plato de pan con tumaca,
salchichas y judiones, tiraba para adelante como un poseso sin mirar atrás. Paco me empujaba para intentar recuperar la pedalada, pero costaba mantener la bici recta y no salirse de la pequeña
vereda libre de piedras. Si yo tuviera que subir de nuevo, quizás desinflaría un poco la rueda de adelante y utilizaría el penúltimo piñón para tratar de mantener el equilibrio. Aun así, no creo
que en las condiciones del camino, con tanta piedra suelta, sea posible subir sin bajarse en algún momento de la bici.
Por fin, y casi al mismo tiempo que el resto de compañeros que habían optado por el camino tradicional, llegamos al helipuerto, donde algunos tuvimos ocasión de disfrutar con tranquilidad de esas
barritas que poco a poco se están extendiendo por el pelotón: sandwich de jamón cocido o de salami, envueltas en papel albal.
Creo que fue a partir de este momento, y camino de la Lapa, cuando el ritmo fue en aumento y en alguno ya empezaba a hacer mella. Barna estaba muy activo y se propuso llegar el primero a la
caseta de La Cabra y lo consiguió, aunque con alguno que otro pisándole los talones.
Las fuerzas iban flojeando y el grupo decidió que ese punto iba a ser el más alto del recorrido. Nada de subir al mirador. La verdad es que Santi tampoco puso mucho interés en conocerlo ese
día.
Comienza la bajada, tras reagruparnos, con bastante alegría hasta que se produce la primera y penúltima avería del día. JuanCa pincha. O mejor dicho, su rueda delantera. Una pena este
contratiempo, porque la imagen de quince ciclistas bajando en fila de a uno, estirados a lo largo de más de quinientos metros, era digna de ver para quien iba el penúltimo, como era mi
caso.
De nuevo reanudamos la marcha y ahora sí el ritmo era bastante fuerte. Así llegamos al cruce de las minas del lobo, donde de nuevo paramos obligados por otro pinchazo. Esta vez Jose, a quien le
costó un güevo separar la cubierta de la llanta. Esta operación requirió al menos la intervención de cinco compañeros.
Ya quedaba poco para llegar a casa, pero para algunos comenzó el calvario. A la falta de fuerzas, se unía el fuerte viento y quizás el fuerte ritmo que, inconscientes de esa falta de fuerzas en
algún compañero, habíamos cogido desde el comienzo de la bajada.
Pasamos por la trialera más o menos agrupados, hasta que la cosa se complicó una vez cruzado el río. La mayoría iban dirección a Doña Blanca sin esperar a los rezagados, confiando que a ese ritmo
nos agruparíamos. Mario, Luis y yo nos encontrábamos en medio, sin saber si apretar para coger a los primeros, o esperar a los últimos. Estuvimos parados los tres unos minutos hasta que vimos
aparecer a Javi Avería y NaturRaul escoltando a José Ángel, que venía con la cara desencajada, y a Santi, que venía preguntándose que si habíamos subido tanto, cuando tocaba el descenso. Alguna
barrita, un poco de agua e, incluso, algún compuesto azucarada, para matar la pájara, pero el viento de frente era bastante fuerte y el horizonte de Doña Blanca parecía más alejarse que
aproximarse.
(¡¡¡¡) De repente aparece Paco con un individuo en una moto de esas de cuatro ruedas que hacen mucho ruido y propone remolcar a alguno de los apajarados. No sin muchas reticencias, Santi se
agarra a un extremo del artilugio y José Ángel continúa por sus propias escasas fuerzas.
Era en torno a las dos de la tarde cuando los últimos llegamos a Don Benito. …Ya no había tiempo para la cerveza. El próximo sábado quizás sí.
Por Javi(Penúltimo)